El corredor Bioceánico Bahía Blanca-Puerto Montt, se planteó como la apertura de un eje de desarrollo desde un punto de vista meramente logístico. No obstante, el recorrido de Este a Oeste replantea la introducción de una nueva mirada sobre el espacio. La observación desde este ángulo aporta una gran viariedad de biotopos que permiten una gran complementariedad, así como la incentivación de un mercado a partir del corredor. El eje viario se presenta no sólo como un eje transnacional, sino que también adquiere un significado económico a escala regional. Pero más allá de estos aspectos de escala económica, el replanteamiento de este corredor reintroduce la posibilidad de un diálogo con el pasado, así como entre la diversidad de pueblos que habitan estas tierras. Este eje retoma las antiguas sendas de los pueblos autóctonos y las rutas comerciales de los europeos. El corredor se presenta más allá del aspecto económico y se establece como emblema sobre el cual forjar una nueva identidad abierta y plural dónde vertebrar un eje de desarrollo en el cual sus pobladores puedan sentirse involucrados. El corredor boceánico manifiesta el sendero identitario de estas tierras en el contexto actual. 1- Un corredor para el diálogo Pocas veces un proyecto de desarrollo regional viene respaldado con un bagaje cultural e histórico como el corredor bioceánico. Detrás de los parámetros más económicos y logísticos en busca de mayores rentabilidades y apertura comercial de esta zona del cono Sur, se refleja el dibujo de una antigua senda que retraza la rica y variada historia de estas tierras y sirve a la vez como símbolo catalizador de las comunidades que abarca. El corredor bioceánico se presenta en el contexto identitario argentino actual como un excelente puente para establecer un diálogo entre pueblos que ha sido largamente ignorado o vetado, por prejuicios e intereses varios. El corredor permite reanudar las relaciones no sólo entre regiones naturales complementarias como la costa atlántica, la Pampa, Patagonia, Andes y costa del Pacífico, sino que a su vez implica el acercamiento entre una Argentina y Chile forjadas en la identidad de los europeos asentados en estas tierras y unas comunidades autóctonas replegadas durante largo tiempo en las áreas interiores de la Cordillera (Futa Mawida). El intercambio inicial entre europeos y autóctonos en el siglo XVIII y parte del XIX permitió abrir una senda no sólo física entre el Pacífico y el Atlántico sino que a su vez fue el caldo donde se forjaría la Pampa (Gaignard, 1979), tal cual la conocemos en la actualidad, y de sus pobladores (mapuches, gauchos, matreros y estancieros).